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23 de abril 2024
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OpiniónAlcedo MargarinAlcedo Margarin

Del terrorismo a la paz

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El terrorista no tiene barrera para atacar y asesinar personas sin importar el escenario,  ya  sea en un lugar sagrado o profano, como está  ocurriendo en Estados Unidos.

Devin Patrick Kelley, de 26 años, autor de la masacre del tiroteo ocurrido del pasado 5 de noviembre, en la Iglesia Baptista en Sutherland Springs en Texas, causó 25 muertes y decenas de personas heridas, el único pecado cometido por sus víctimas fue congregarse en un culto para estar en comunión con  Dios.

Esta matanza se produce poco más de un mes después del último tiroteo y el más letal de la historia reciente estadounidenses, provocado por Stephen Paddock, de 64 años, que armado con rifles se apostó en la ventana del hotel donde estaba hospedado, en  Las Vegas, Nevada, donde asesinó 58 víctimas y más de 500 heridos, durante un concierto de música Country.

Hasta ahora las autoridades estadounidenses niegan que ambos autores de estos tiroteos estuvieran vinculados a ningún grupo terrorista organizado, pero si analizamos el perfil criminal descrito por la prensa norteamericana, fácilmente llegaremos a la conclusión que estos dos misántropos actuaban  como terroristas.

Particularmente, de la conceptualización teórica que nos proporcionan algunos expertos de las ciencias políticas, que definen  como  terrorista a la persona que  trata de imponer el terror en su lucha política para alcanzar un espacio mediante la violencia.

Si pudiéramos ahondar en el interior de la personalidad  de estos atacantes  observaríamos que en el latir del corazón y el accionar de ambos misántropos actuaban similar a los terroristas porque andaban  sembrando el terror en su familia, en el trabajo y en la comunidad.

Kelley el atacante de la feligresía en la Iglesia en Texas, maltrató a su pareja y su hijastro rompiéndole el cráneo; por lo que fue condenado a un año de reclusión y degradación de su rango militar. Estas mismas acciones violentas llevaron al divorcio, al salir en libertad tras cumplir su presión, se dedicaba a enviarle mensajes de textos amenazantes a su suegra.

De su mala conducta no se salvaron sus compañeros militares a quienes amenazaba de muerte sin importar el rango o la jerarquía de sus superiores en la Fuerza Aérea, igualmente, maltrataba a los animales por lo que fue sometido nuevamente a la justicia, en el 2014, por crueldad a un perro…

A pesar de ese prontuario criminal, pudo comprar cuatro poderosas armas  en Colorado y Texas durante los años 2014 y 2017, con las que le arranco la vida a 26 personas. Tras cometer esta masacre, un hombre le disparó a Kelley y estrelló con un auto donde le puso fin a su vida.

Por su lado, Paddock, para conocer este funesto personaje, basta transcribir la declaración de su vecina Diane Mckay, ofrecida al diario The Washington Post: “que el hombre era un apostador profesional y tenía una personalidad hostil e indiferente a los demás…”.

Si fuéramos sinceros, nos preguntáramos ¿Cuántas personas con similares comportamientos exhibidos por los indicados atacantes nos encontramos en el transitar  de  nuestras vidas? y lo más inquietante, ¿qué hacemos para cambiar este tipo de conducta violenta o terrorífica incluyendo gente que amamos? Sabemos que la psicología conductual nos enseña que toda persona puede ser entrenada para realizar cualquier tarea, independientemente de los antecedentes genéticos, rasgos de personalidad y pensamiento internos (dentro de los limites de sus capacidades físicas). Sólo se requiere el condicionamiento correcto.

Este condicionamiento correcto inspira a cientos de conductistas a realizar aportes constantes en libros  denominados motivacionales o autoayudas y facilita el fortalecimiento de las habilidades blandas en el ser humano; no descarto que la psicología conductual se inspirara  en el principio filosófico del francés  René Descartes, “pienso y luego éxito”.

Este pensamiento condujo a su compatriota Jacques Lasseyran, afirmar que “nuestro destino se forja desde nuestro el interior hacia fuera, nunca desde fuera hacia dentro”, por eso es importante que los líderes políticos, teólogos y docentes se inscriban en esta corriente de la psicología del comportamiento, porque podrían divulgar un discurso coherente donde los seres humanos se podrán  empoderar y actuar convencido  de que  nuestro accionar cotidiano no depende de factores externos sino de decisiones internas.

Consciente de esta realidad, es imprescindible pensar antes de tomar decisiones, porque una decisión positiva o negativa puede cambiar radicalmente el rumbo de nuestra vida. Lo que algunas personas nos falta es coraje para asumir la responsabilidad de los resultados de la decisión tomada, porque si esta decisión triunfa el éxito se asume como recompensa de nuestra “buena decisión”, pero si ocurre lo inverso solemos culpar a los demás de los conflictos que  nosotros mismos provocamos.

Esta acusación de culpabilidad genera conflictos y resentimientos dentro del entorno familiar,  laboral,  con nuestros amigos y si no se soluciona en consonancia al diálogo que siempre es la vía más expedita para dirimir conflictos podría desencadenar en violencia y atentado al terrorismo de la gente que decimos que amamos como a nosotros mismos.

Para desterrar de nuestra vida los sentimientos de culpabilizar a otros de nuestros errores sugerimos analizar los libros: “Tus Zonas Erróneas” de la autoría de Wayne Dyer, donde el lector aprenderá a llevar una vida sana, tener bienestar y evitar caer en cualquier trastorno psicológico. El autor se centra en identificar los aspectos para alcanzar la independencia, la felicidad y sanidad mental.

Asimismo, recomendamos “De la guerra a la paz” del Instituto Arbinger, que ayudará a familias, organizaciones, individuos y las comunidades a solucionar sus conflictos creados por el autoengaño donde la  persona se resiste a creer que no tiene un problema y por no admitirlo genera conflictos con los demás. Este problema genera fracasos en la comunicación, asimismo en la credibilidad, confianza y responsabilidad del que vive con su autoengaño.

Casi cualquier conducta tan demencial como la guerra puede tener dos aspectos en el interior de nuestra: 1) corazón en paz o 2) un corazón en guerra. Tener un corazón en paz logramos entender los otros son personas y  tienen necesidades, esperanzas, intereses, preocupaciones y temores tan reales como los míos.

Tener un corazón en guerra  implica pensar que los otros son objetos, obstáculos, vehículos o cosas irrelevantes, que cuando siente que alguien está obstruyéndole  el camino para alcanzar sus metas,  suele tomar la peor decisión de menospreciar a su opositor y desvalorizar su personalidad pudiendo tomar la idea errada de destruir o  matar su prójimo por inservible.

Pero en el mismo texto encontramos la pirámide de la pacificación sustentada en dos transcendentales frases: 1) ocuparse de las cosas que van mal y 2) ayudar a que las cosas vayan bien.  Empleando las herramientas de corregir los malos hábitos que nos impiden alcanzar la paz, enseñar, saber comunicar, escuchar, aprender construir relaciones con los demás que tengan influencias positivas. Nos invita salir de la caja, que es un llamado a romper con los estallidos violentos en nuestras acciones cotidianas  hasta lograr la paz.

Albergamos la esperanza que si ponemos en prácticas estas sugerencias nos ayudaran a tomar mejores  decisiones a favor de nuestro cónyuge, hijos, amigos, compañeros, adversarios y sólo así podemos extender una rama de olivo a la invitación a los demás a vivir en paz.

*El autor es el fundador del Instituto de Formación Gerencia y Liderazgo Americano (IFGLA), Conferencista Internacional y Procurador Fiscal asignado al Instituto de Educación Superior Escuela Nacional del Ministerio Publico. Para contacto 829-876-3195  fegla1@gmail.com

 

 

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