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24 de abril 2024
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OpiniónErnesto JiménezErnesto Jiménez

Degradación social: irracionalidad y dolor

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“La pobreza de bienes es fácilmente remediable, mas la del alma es irreparable”. Montaigne

El egregio filósofo francés, Michel de Montaigne, advertía de los peligros de dar rienda suelta a las pasiones, principalmente, por las consecuencias nefastas que estas prohíjan cuando carecen de frenos que retengan sus cauces desbordados. Por lo que, este escritor, considerado como el padre del ensayo, hacía un llamado a la utilización de la razón como medio de contención ante el impulso de la pasión.

Estas consideraciones, provenientes de un autor que, con una habilidad sin par, fue capaz de escudriñar los senderos inescrutables del alma humana, sirven de lección indeleble para aquellos que pretendan llevar una vida digna, que sea provechosa para los suyos y para los demás. Sin embargo, pareciera que sus enseñanzas proverbiales no encuentran eco en algunas sociedades modernas, cuyo motor principal es el consumo, el espectáculo –parafraseando a Debord– y el deseo irrefrenable de conseguir placeres a la mayor facilidad y brevedad posible.

Esta actitud, forma parte de un hedonismo colectivo que, impone un trajín catastrófico que proclama el triunfo del tener por sobre el ser, de lo aparente por sobre lo subyacente. Es un esquema que ahoga la voz de la consciencia con ruidos irracionales aupados por el tren descarriado de las bajas pasiones. Es como si, en un proceso de cosificación progresiva, el sujeto ha entrado en un estado de alienación emocional que impide aquilatar el valor incuantificable de la vida.  Y resulta que, en esa dinámica terrible, se erosionan principios morales y valores fundamentales ­–como el sacrificio y la solidaridad– que sirven de sostén al complejo entramado de prácticas humanas que dan sentido de cuerpo al quehacer social. En consecuencia, se termina privilegiando las apetencias particulares en detrimento del bienestar general.

Existen numerosos y muy poderosos ejemplos puntuales de diversos desmanes que han hundido a la sociedad en un caos de cinismo, incomprensión, indiferencia y dolor; desde los flagelos de la corrupción y la violencia atroz en las calles, hasta depravaciones vergonzosas que enlutan millares de hogares. Desvaríos monstruosos que, a su vez, representan un enorme desafío para las instituciones establecidas, en especial, para la principal institución de toda sociedad: la familia.

En ese sentido, el profesor Juan Bosch, en su libro: “Trujillo: Causas de una tiranía sin ejemplo”, explica magistralmente la forma en que el régimen del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina (1930-1961) degradó los valores nacionales, en una magnitud tal que, sumió a la familia dominicana en un ambiente anómalo de traumas, estrés, miedo, sospechas, frustraciones reprimidas y susceptibilidad. Todos estos elementos surgieron como consecuencia lógica del despotismo y la opresión que caracteriza a un régimen totalitario. Sin embargo, la coyuntura histórica de mediados del siglo XX es muy distinta al contexto económico y político del siglo XXI, por lo que, la degradación social de la dictadura no debiera tener cabida en democracia. No obstante, a pesar de las evidentes diferencias entre la sociedad de hace 70 años y la actual, persisten nefastos fenómenos sociales que llenan de dolor y sangre a la familia dominicana, los cuales, como si de un implacable cáncer se tratara, amenazan con destrozar las fibras mismas de la convivencia pacífica.

Es innegable que, resulta cada día más difícil de asimilar la facilidad con que a través de los años se reproducen casos de intolerancia, violencia y horror, en un país –como la República Dominicana– que, paradójicamente, ha mejorado sustancialmente sus indicadores macroeconómicos y de desarrollo humano. Ese tortuoso camino, a todas luces insostenible, marca la urgente necesidad de estudiar profundamente las causas que originan la anomia estructural que embarga a la sociedad, y consecuentemente, adaptar las instituciones democráticas, para que, sean capaces de dar respuesta efectiva a estos complicados desafíos que comprometen peligrosamente la seguridad y la libertad del pueblo dominicano.

Por Ernesto Jiménez 

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