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19 de abril 2024
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OpiniónLuis CordovaLuis Cordova

De la expectativa al cambio

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No es lo mismo tener expectativas con el cambio que producir un cambio de expectativas. El español, como idioma, nos gasta bromas en su inmensa riqueza.

El pasado proceso eleccionario fue excepcional en la historia de nuestra democracia. No solo por la suspensión de las municipales, que desbordó el ánimo contra la Junta Central Electoral, sino porque ni la propagación del coronavirus detuvo un proselitismo que maquilló al clientelismo de “solidaridad”.

Ignorando los estragos de una pandemia que alcanzaba picos en el mundo y que en el país configuraba una realidad muy próxima de dimensiones insospechadas, la enfermedad tocaría hasta a candidatos, en algunos casos provocándoles la muerte.

Con número crecientes de casos de infectados, muertos, desolación, sorpresa y miedo se germinó en el electorado no solo la expectativa de un cambio en el gobierno, se abrió una suerte de esperanza que no estuvo en otorgar su voto a quien completaba la alternativa, sino que estuvo al margen de discursos, propaganda o la estrategia.

Cuando hablamos de esa “esperanza” significamos a quienes se expresaron contra el tedio provocado por el confinamiento obligatorio y la pesadumbre; obvio que esta tesis se irá confirmando en la medida en que se produzcan las primeras mediciones del actual mandatario y su equipo.

Esperar no es la principal virtud de nuestra gente, pero sí lo ha sido en nuestro pueblo. En la individualidad el dominicano promedio (no hablemos de clases sociales) quiere las cosas “para ayer”, por eso burla normas, se roba la luz del semáforo, acorta procedimientos, se procura padrinos o se agencia el modo de saber “con quién es que hay que hablar”. Pero en el colectivo, en el imaginario social, la ciudadanía se ejerce con un dejo de desesperanza, por lo regular “hay ver qué va a pasar”, porque nos sustraemos asumiendo que eso que ha de suceder no depende “del nosotros”.

Si bien es muy temprano para reconocer visos del modelo tradicional en el ejercicio del poder, también lo es para advertir innovaciones, transformaciones o rupturas con el pasado.

Se produjo el cambio, es verdad, pero de manera formal. Aún el gobierno insiste en comprometer su gestión reproduciendo los discursos de su oferta electoral; se proclama como “el gobierno del cambio” y la inclusión en sus publicaciones en las redes sociales y portales gubernamentales de la promoción “estamos cambiando”.

La dialéctica implica que todos los fenómenos están sujetos a cambios, aún incluso cuando no se produzca transformación alguna, pues la inercia es un cambio en sí misma. Quizás sea como un gatopardismo de párvulo recordar aquello de que es necesario “cambiar todo para que nada cambie”.

Balaguer, el referente de los gobernantes dominicanos de los últimos cincuenta años, en sus memorias destinó un espacio para explicar la importancia de “saber esperar”. Ahora los políticos, los de oposición y los oficialistas, tienen más de una razón para aprender hacerlo sin impaciencia: quienes esperan el momento para relanzamientos de agendas personales y los que aspiran a integrar gabinetes, direcciones o cargos públicos.

Nos aplica a todos y todas, en el ejercicio de una ciudadanía activa pero responsable, aquello de que “exceptio probat regulam in casibus non exceptis”, la excepción confirma la regla. Nos espera el compromiso de romper el desgano y sabernos parte del cambio que se exige, que exigimos, que construye nuestras expectativas.

De otro modo, la indiferencia equivale a un confinamiento peor del que impone la cuarentena, un encierro en el confort de no exigir, ni reclamar, ni respaldar; absortos como un personaje de Jean-Paul Sarte para quien “nada de lo que pasa entre estas cuatro paredes tiene importancia. Espera o desespera: no resultará nada”.

 

Por Luis Córdova

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