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24 de abril 2024
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OpiniónHumberto Bogaert GarcíaHumberto Bogaert García

Conquista y posesión: Dos figuras de la seducción

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El estudio de la psicología diferencial de la mujer y del hombre con respecto a la seducción, constituye un tema de interés para el psicoanalista que se empeña tanto en facilitar el encuentro como en preservar la unión de las parejas. En la República Dominicana las expresiones populares revelan, una vez más, una sabiduría  implícita.  Mientras los hombres «se amarran», las mujeres «se levantan». Si ellos resultan más difíciles de conservar, es porque escinden el amor y el deseo; si ellas resultan más difíciles de conquistar, es porque demandan una prueba de amor que justifique la expresión  de su deseo.

 

El deseo del hombre es normalmente acogido por la mujer cuando viene revestido de amor.  Incluso cuando ella estimule el deseo del otro, anhela una respuesta amorosa. Ella evita, por todos los medios, que el hombre la descubra como deseante, porque este reconocimiento de la falta equivale a una destitución que amenaza su autoestima. La mujer debe poder convertir el placer en el signo de otra cosa. Si, por el contrario, ella se descubre coma simple instrumento del goce del otro o si ella concede a su pareja, mediante el placer experimentado, el poder de asignarle el lugar del objeto de la falta, su valorización narcisista será profundamente afectada.

 

Mientras el hombre trata de salvaguardar su potencia viril escindiendo amor y deseo, la mujer es partidaria de la fidelidad; ella trata de negar la posibilidad del deseo puro. El hombre desea experimentar un deseo independiente del amor, que haga de la mujer un objeto intercambiable. Si él necesita amar a su pareja para experimentar el deseo, su supremacía fálica estaría en función del otro. En realidad, el hombre procura negar toda amenaza de castración frente a la mujer. Él se reasegura constantemente ante ese peligro, que se acrecienta tan pronto la mujer se aproxima al lugar que ocupaba la madre, primera en hacer surgir el temor a la castración.

 

La amenaza de castración es vana para el hombre cuando la mujer le permite convertirse en amo y señor de su deseo. En tal caso, se trata de una mujer que facilita que el hombre se reconozca como deseante. Si, por el contrario, la compañera es amada puede generar angustia. La mujer, por su parte, prefiere presentarse ante el otro como objeto de amor.   Algo en ella ofrece resistencia a la expresión del deseo puro.

 

El hombre ha impuesto siempre su ley a la mujer. Orientando las estructuras sociales en el sentido de sus intereses, é1 ha fijado los códigos morales y sociales que rigen la conducta femenina; ha definido el estatus legal de la mujer y su campo de acción. No obstante, él permanece suspicaz y temeroso de que ocurra una rebelión. Por eso intenta frenar el movimiento feminista. Pero al someter a la mujer, se condena a ver en ella tan solo a una extranjera.

 

¿Qué significa para la mujer tener una feminidad normal? Feminidad normal significa que la mujer encuentra en el deseo del hombre la fuente de su investimiento narcisístico. Esto hace posible que ella ame. La mujer normal se acepta como sujeto de la falta y, de ese modo, descubre su lugar como deseada. La feminidad normal no es un velo que engaña, sino un don.

Por: Dr. Huberto Bogaert García

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