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24 de abril 2024
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OpiniónEnrique Aquino AcostaEnrique Aquino Acosta

Cómo evitar las consecuencias presentes y futuras del pecado y la maldad

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Según  establece 1 Corintios 6:9-10   no salvarán  sus almas  ni heredarán  el reino de los cielos los injustos,  los fornicarios,  los idólatras,  los adúlteros, los afeminados, los homosexuales, los ladrones,  los avaros, los borrachos  y los maldicientes.

La advertencia aparece en las versiones más conocidas de la  Biblia: en la católica y en la evangélica. Incluye lo que representa el pecado y la maldad, o sea,  “cualquier falta  contra  la ley moral de Dios o lo   que  no está en armonía con el orden divino”. Así que, si violamos las normas morales de Dios, ninguno de nosotros podrá  alegar ignorancia el día que nos presentemos ante el Tribunal de Cristo.

Debe quedar claro, que la persona que practica el pecado y la maldad se convierte, automáticamente, en deudora y culpable ante Dios y por vía  de  consecuencia, merece juicio, condenación y castigo. Y, peor aún: arriesga  la salvación de su  alma.

En vista de ello,  Dios en  su infinito amor y misericordia, llama a todas las personas al arrepentimiento, o lo que es lo mismo, a que reconozcan y confiesen sus pecados a Jesucristo y sientan vergüenza y dolor por haberlos cometido. Esta confesión debe hacerse con corazón sincero, contrito y humillado y sin ocultar nada.

Sin embargo, es posible que usted piense: “yo no necesito  confesar la totalidad de mis pecados a Dios. Con una parte que le confiese es suficiente, porque Él lo sabe todo”. Es  cierto que Dios lo sabe todo, pero  le interesa  comprobar la sinceridad o insinceridad de  su confesión. Por eso, el Salmo 51:17  dice: Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado. Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”.

Asimismo, 1 Juan 1:10  y Romanos 3:23 señalan, respectivamente,  que si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso y su Palabra no está en nosotros, pues, todos hemos pecado y no alcanzamos la gloria de Dios. Por eso, necesitamos quebrantar, humillar y sincerar nuestro corazón a la hora de confesar nuestros pecados a Dios. Si procedemos así, Jesucristo no nos echa fuera (Juan 6:37-40)

Necesitamos entender, que lo que  motiva a una persona a practicar el pecado y la maldad son  sus pasiones y deseos carnales, los cuales la mueven a practicar adulterio, fornicación, idolatría, brujería y a envolverse en pleitos, enemistades, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías  y  otras cosas semejantes (Gálatas 5:19-21)

No obstante, tan pronto la persona reconoce y confiesa a Jesucristo sus pecados, recibe perdón y el  Espíritu Santo se derrama en su corazón. A raíz de ello,  es  adoptada como hija(o) de Dios y miembro de su gran familia. Además, escriben su nombre en el Libro de la Vida, comienza a vivir en santidad, disfruta las bendiciones de Dios y entrará al reino de los cielos a vivir eternamente.

El Espíritu Santo ofrece diferentes ayudas a la persona que se arrepiente: le da dirección, la enseña, le da discernimiento, la  convence de pecado y de juicio y  le revela toda verdad. Incluso, tiene y disfruta sus frutos: amor, gozo, paz, fe, paciencia, benignidad, bondad,  mansedumbre y templanza y puede  compartirlos con otras personas (Gálatas 5:22-23)

En cambio, las personas que se niegan a arrepentirse de sus pecados, sufren, constantemente, sus naturales consecuencias: dolor, vergüenza, deshonra, humillación, descrédito público, rechazo, culpabilidad, angustia, llanto, miedo y otros males dolorosos.

Además, después que mueran las personas no arrepentidas, sus almas irán al infierno, donde sufrirán por un tiempo. Luego, las sacarán  de allí para ser juzgadas, condenadas  y castigadas por el Tribunal de Cristo.  Entonces, regresarán  nuevamente al infierno y serán lanzadas en un lugar  llamado el Lago de Fuego, donde vivirán eternamente y no saldrán jamás. (Apocalipsis 19:20)

Amigo lector(a), me gustaría que tomaras consciencia de esto:  el alma representa tu espíritu o aliento de vida, tus pensamientos, tus emociones y tu voluntad. Ninguno de estos componentes espirituales muere. Siguen manifestándose de la misma manera que lo hacían cuando estaban en el cuerpo. Por eso, si mueres sin Cristo, a tu alma le espera sufrir la muerte segunda, o sea, padecer dolor, angustia, miedo, llanto, espanto, terror, vergüenza, deshonra, humillación,  rechazo y tormento por toda la eternidad en el infierno.

Si lo que usted acaba de leer se relaciona, de alguna manera, con su condición espiritual, no  arriesgue más  la salvación de su alma. Vuélvase a Dios, en la persona de Jesucristo. Arrepiéntase y reciba perdón. Le adoptarán  como hijo(a) de Dios y se  hará miembro(a) de su gran familia. Tampoco  será condenado(a) y heredará  la vida eterna. Empéñese en arrepentirse del pecado y la maldad y  evite sus consecuencias presentes y  futuras.

Por: Enrique Aquino Acosta

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