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24 de abril 2024
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OpiniónFrancisco S. CruzFrancisco S. Cruz

Cartografía de un subdesarrollo Político-cultural

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El caudillo-ilustrado que fue el Dr. Joaquín Balaguer -armador y ejecutor del bonapartismo-cesarismo 1966-78-, siempre será un referente político-sociológico insuperable, pues en su dilatado ejercicio de tribuno publico (1926-30), de intelectual orgánico de la dictadura trujillista (1930-61) y de partero de la semi-dictadura que ensayó, a sangre y fuego, lo hicieron dueño y manejador de toda una sociología política o cartografía folklórica –diferente a la cientista de Juan Bosch- del dominicano –su idiosincrasia- que le permitió conocer, en su naturaleza intrínseca, el complejo de alcalde pedáneo que subyace en todo buscavida que identifica en la actividad política su sobrevivencia.

Y el problema, en sociedades como la nuestra -en vía de desarrollo y con acentuado clientelismo político- cobra visos inverosímiles, pues en ese afán -ese alcalde pedáneo- ya no se conforma con el pedazo de pan, el burro y el revólver, la botella gubernamental o el ejercicio cabal de su oficio: el de Pica pica (urbano o rural). No. Hoy día, esa caricatura contrahecha de cantiflas, por supuesto, saldando las distancias abismales entre el genio-actor mexicano que supo radiografiar, con humor, picardía y sátira, nuestras miserias e injusticias, y el pobre diablo que, en increíbles piruetas diarias, se agencia, a codo y patadas, lentejas y algunas que otras presencias desprovisto y despojado de toda pizca de decencia ajena.

Sin embargo, esa figura se hace hipérbole e impertinente, cuando encuentra quien, en pleno desconocimiento de una orfandad profesional inocultable (la de esa figura)- pone en el centro de la atención a semejante personaje (en los escenarios menos indicados), quizás, por desconocimiento del registro-trayectoria del susodicho, poniendo en riesgo la debida percepción profesional y del manejo que ciertos escenarios –públicos o privados- exigen.

Porque está bien que, en un país subdesarrollado, un pica pica o saltapatrás, se busque su comida sin impórtale un comino exhibir sus miserias; pero de ahí a elevarlo a ente central en el marco-manejo de los intríngulis de cualquier antiquísima especialidad que requiere discreción y, sobre todo, descodificar alta política, sería como poner la imagen internacional de una institución en mano de un garabato.

No sé, pero si algo han tenido –o tuvieron Rafael L.Trujillo, Balaguer, Juan Bosch- Leonel Fernández y Danilo Medina, en el ejercicio del poder, ha sido saber colocar-designar a cada colaborador suyo, justamente, donde su olfato le dijo que, en termino profesional y del manejo de las cosas de estado, lo harían apegado a cierto decoro y dominio. Que, en el desempeño de esas funciones, alguien los haya defraudado, eso es harina de otro costal.

Sin embargo –para terminar-, hay un libro-novela –ya un clásico- del Joaquín Balaguer escritor (Los Carpinteros) que retrata de cuerpo entero al alcalde pedáneo que todos llevamos dentro. La diferencia radica, en que algunos lo disimulan (por formación, educación familiar, humildad o, por respeto a ellos mismos); mientras que otros, contrariamente, se afanan en exhibir sus miserias éticas-profesionales sin importar escenarios ni mucho menos hacer de ridículo en su ignorancia supina. O peor, actúan, en franca inobservancia de la primera ley que Robert Greene dejó establecida en su clásico manual que, dicho sea de paso, en Francia de Luis XIV dejó, a más de un ministro, en desgracia y ruina (el caso más sonado, fue el de Nicolás Fouquet, su ex ministro de Finanzas, por ostentoso y “extravagante”).

 

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