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20 de abril 2024
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OpiniónVíctor Manuel PeñaVíctor Manuel Peña

El  cambio climático, el acuerdo de París y la posición de Donald Trump

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La ciencia no es un asunto de religiosidad. La razón está claramente delimitada y desmarcada de la fe.  Así, no se logra el desarrollo sostenible con rezar el Padre nuestro en la casa o en la iglesia.

Esa gran guerra, que libran las superpotencias y potencias con las emisiones de gases de efecto invernadero, es una guerra genocida y suicida, pues ha estado desarrollando efectos letales sobre la atmósfera y el medio ambiente, sirviendo esos dos últimos de soporte y sostén al espacio geográfico en el que se desarrollan los procesos económicos y sociales e históricos en sentido general.

El agigantado proceso de industrialización en los países desarrollados y en los países emergentes y de mediano desarrollo, basado en el permanente uso de combustibles fósiles, desató –de manera concomitante y simultánea- un sostenido, progresivo y acelerado proceso de contaminación de la atmósfera, específicamente, de la capa de ozono y del medio ambiente con la emisión de los tristemente llamados gases de efecto invernadero. Y ese también agigantado proceso de contaminación de la atmósfera y el medio ambiente comenzó, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XIX.

Ese proceso de polución del medio ambiente continuó no obstante de que fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando comenzó la segunda revolución industrial consistente en la sustitución del carbón mineral por el petróleo como insumo fundamental para la generación de energía.

Aunque la conciencia ecológica, propiamente dicha, con relación a la polución de la capa de ozono y el medio ambiente se desarrolla en el siglo XX, sobre todo en la segunda mitad de este siglo. Desde hace bastante tiempo sabemos que el petróleo es menos contaminante que el carbón mineral.

O sea que el modelo o esquema tecnológico empleado para impulsar el desarrollo de los países industrializados terminó provocándoles al planeta y a la humanidad una gran catástrofe que amenaza terriblemente la existencia y la vida.

Esa catástrofe se expresa no solo en la contaminación sino también en el cambio climático como consecuencia y correlato de aquella.

Las toneladas de gases de efecto invernadero que todos estos países han estado lanzando a la atmósfera y al medio ambiente son incalculables, de tal manera que les han declarado y decretado a estos una guerra sin cuartel, haciendo muy problemática, crítica y angustiante la existencia y la vida en el planeta Tierra.

Es indudable e innegable que los procesos de industrialización y el esquema tecnológico en que se han basamentado los mismos han mejorado esencial y notablemente las condiciones de vida y de bienestar de la gente en el mundo, pero al mismo tiempo ese esquema tecnológico de organización y montaje de estos procesos ha generado otros efectos opuestos tremendamente negativos, que, al contaminar la atmósfera y el medio ambiente, han lacerado hondamente el corazón de la existencia y de la vida en el planeta, y, por consiguiente, han terminado afectando negativamente el bienestar de la gente.

Estamos ante la contradictoriedad o la antinomia –antagonismo- en que se desarrollan los procesos económicos y sociales como procesos históricos, el estadio del desarrollo y el estado del conocimiento y de la conciencia colectiva.

Hoy sabemos que ese esquema tecnológico basado en combustibles fósiles puede ser suplantado por otro esquema científico-tecnológico que descanse en el uso de energías limpias, y así disminuir significativamente los efectos negativos que desencadenan los procesos de industrialización sobre el medio ambiente en cuanto a la emisión de gases de efecto invernadero.

Bien, las potencias del mundo, espacios geográficos donde se han desarrollado inicialmente los agigantados procesos de industrialización, son las principales responsables de la contaminación de la capa de ozono y del medio ambiente por las continuas emisiones de enormes cantidades de monóxido de carbono, gas metano y óxido nitroso y de los llamados gases industriales.

El desarrollo de la ciencia y el estado actual del conocimiento y de la conciencia en el mundo de hoy nos han permitido llegar a la inevitable conclusión de que el cambio climático es una consecuencia directa e inmediata de la contaminación de la atmósfera y del medio ambiente.

Expresiones del cambio climático son los fenómenos del niño y de la niña, el aumento de la temperatura media mundial y la regularidad pasmosa con que ocurren los sismos y los huracanes.

Las terribles consecuencias y los enormes costos del cambio climático afectan a todo el planeta, pero sobre todo a los países pobres del mundo, en los que se localiza gran parte de la población mundial.

En la actualidad Estados Unidos, China Continental e India figuran como los principales contaminantes del medio ambiente por las plantas a carbón en demasía que tienen esas naciones.

¿Cuál es el camino que se ha recorrido hasta ahora para enfrentar o tratar de enfrentar seriamente el gravísimo –el pesadísimo-  problema del cambio climático?

Fue en 1997 cuando se llevó a cabo en Tokio, Japón, la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en la que se adoptó el llamado protocolo de Kioto.

En ese protocolo de Kioto se estableció que los efectos de los seis gases de efecto invernadero serían reducidos en 5%, por lo que se aspiraba a reducirlos de 100 a 95%.  Esos gases de efecto invernadero son el dióxido o monóxido de carbono (CO2), gas metano (CH4) y óxido nitroso (N2O).  Los restantes son gases propiamente industriales fluorados: hidrofluorocarbonos (HFC), perfluorocarbonos (PFC) y hexafluoruro de azufre (SF6).

Este protocolo o acuerdo de Kioto comenzó a aplicarse con grandes tropiezos a partir de 2005 (y estará vigente hasta el 2020) porque Estados Unidos, el principal emisor de gases de efecto invernadero en el mundo, nunca lo ratificó.  Fue ratificado por 187 Estados. China Continental e India tampoco cumplieron con el protocolo.

No obstante de que este protocolo es limitado en sus pretensiones, las principales potencias del mundo han bloqueado su cumplimiento.

El acuerdo de París, aprobado en el 2015 en el marco de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, es más amplio en sus objetivos y pretensiones, el cual fue firmado por los principales emisores de gases de efecto invernadero en el mundo: Estados Unidos, China Continental e India

El acuerdo de París sobre el cambio climático entrará en vigencia a partir del año 2020, y contempla, entre otras cosas, “mantener la temperatura media mundial por debajo de 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura  a 1.5 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, aumentar la capacidad de adaptación a los efectos del cambio climático y elevar las corrientes financieras con una trayectoria que conduzca a un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero”.

No obstante la gravedad del problema y los meses y años de discusión que la humanidad ha dedicado y consumido en el seno de la ONU, y no obstante de que Estados Unidos en el gobierno de Barack Obama ratificó dicho acuerdo, el señor presidente Donald Trump ha tomado la insensata e imprudente decisión de retirar a Estados Unidos del acuerdo de París.

¿Cómo es posible que Donald Trump haya externado, primero como candidato y ahora como presidente, la totalmente desacertada e infausta idea de que el cambio climático es una invención de los chinos y que haya tomado una decisión en base a esa loca idea?

Lamentablemente Estados Unidos tiene un presidente que es un enemigo declarado y a muerte de la ciencia y del desarrollo sostenible.

Señor Trump, no son los chinos, es la ciencia la que ha estudiado, diagnosticado y certificado que el cambio climático es una consecuencia inevitable de la contaminación provocada por los gases de efecto invernadero, y que la gran responsabilidad y culpabilidad por la contaminación corre por cuenta principalmente de los países industrializados y desarrollados del planeta incluyendo a China Continental y a la India.

Las evidencias empíricas, representadas por las mismas manifestaciones y expresiones del cambio climático, terriblemente destructoras y asfixiantes de la vida, son la confirmación (confirmabilidad) o verificación (verificabilidad) del conocimiento científico sobre la problemática real de la polución y el cambio climático en la tierra.

Señor Trump, el desarrollo de su país y de todas las naciones en el mundo no se puede explicar al margen del desarrollo de la ciencia y de la tecnología.

Usted, señor Trump, le ha estado haciendo mucho daño a su país y al mundo con eso de no respetar la continuidad del Estado y de irrespetar olímpicamente a la ciencia, a los científicos y a las universidades.

Las acciones de gobierno de Barack Obama, si son positivas, lo sensato es darles continuidad, y más aún, mejorarlas. Nunca antes, en ningún otro gobierno, se había avanzado tanto en Estados Unidos en cuanto a lograr un consenso entre gobierno, sector privado y comunidad científica para enfrentar con acciones, tecnología y medidas financieras la problemática del cambio climático. Y en ese consenso se había logrado avanzar en cuanto a promover la producción de energías limpias, lo que implica, en cierta medida, descontinuar y comenzar a desmontar la producción de energía en base al uso de plantas de carbón mineral.

Y asimismo usted, señor Trump, trata de matar la progresividad del sistema tributario estadounidense con esa equivocada reforma tributaria, que lo único que va a hacer, de ser aprobada, es agravar profundamente los índices de desigualdad distributiva y social en Estados Unidos.

La declarada y abierta gran guerra contra la atmósfera y el medio ambiente no tiene ideología, pues en la misma coexisten, cohabitan, conviven y coinciden (como si fueran coetáneos y sin proponérselo), y sin que eso esté escrito en ningún plan estratégico definido a priori, las superpotencias y potencias, de uno y de otro bando ideológico, en una lucha a muerte contra los que son “sus grandes enemigos”: la atmósfera y el medio ambiente.

Pero no, una atmósfera y un medio ambiente sanos y equilibrados son los grandes aliados, los grandes y eternos amigos, de la humanidad y del desarrollo sostenible.

Otro juego, nada sano ni nada limpio, es que a las potencias y a las mini-potencias nucleares les ha cogido con hacer sus malabares, maniobras, ejercicios o maromas nucleares en los océanos y mares. ¡Otra manera de herir el corazón y hacer más convulso, desesperante y exasperante el mundo en que vivimos!

Las aciagas manifestaciones del cambio climático, como la frecuencia y potencia inauditas e infernales con que están ocurriendo los eventos de la naturaleza como los huracanes y los terremotos y los daños terribles a los océanos y a los mares concomitantemente con la elevación de la temperatura media mundial, consecuencias del combate continuo, permanente y acumulativo a la atmósfera y al medio ambiente por parte de las superpotencias, de las potencias y de los países de mediano desarrollo, afectan o laceran muy sensiblemente las posibilidades del desarrollo sostenible.

La humanidad exige un cambio de rumbo en cuanto a la mentalidad y a la tecnología utilizada en los procesos industriales y económicos en general para generar energía.

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