En la historia de la República Dominicana la mayoría de los gobiernos, con las excepcionales que confirman la regla, terminan como grandes constructores, o al menos pretenden serlos.
Algunos han dejado grandes rastros en ese sentido. Y muchas de esas obras han resultado evidentemente valiosas en el desarrollo del país.
Sin embargo, la mayoría de la población sigue perturbada por las precariedades del entorno social en que vive. Incluso, algunas de esas obras contrastan con esa realidad.
Es obvio que debemos cambiar la dinámica para procurar que nuestro crecimiento económico vaya incorporando a esa mayoría y que la brecha entre ricos y pobres no siga ensanchándose.
Y evitemos mayores resentimientos.