Un día de éstos descubres que eres Batman, que no necesitas el Lincoln Futura modificado de 1966 para realizar misiones secretas en beneficio del bien común; que tampoco de te hace falta Robin; que puedes enfrentar a la Gatúbela, al Pingüino y todos sus enemigos con fuerzas especiales.
No me refiero a Batman, el de la serie animada y a la película que tanto éxito tuvo hace décadas con su Batimóvil, es un hombre real, dominicano de pura cepa,como el plátano, que se casó, tuvo hijos e hijas, nietos, y disfruta de una dorada ancianidad, si es que a eso se puede llamar recibir una pensión.
Un hombre que puede desayunar en Santo Domingo, almorzar en Nueva York y Cenar en Paris; igual camina por las calles de la zona Colonial, vestido de verde olivo, desayunó con balas, al lado de Caamaño, Picky Lora, Claudio Caamaño, Montes Arache y otros que vivieron de cara al sol, con la lumbre de la constitución.
Saludó a Daniel Santos y lo recuerda, ese bolerista boricua que ilusionó a miles y encantó a diez miles mujeres de almas grandes y pequeños corazones. Bailó bachata y hasta intercambió parejas con el artista que por esos días era toda una celebridad.
Juega una partida de dominó, mientras recuerda sus hazañas, el tiempo pasa, confunde los tiempos; pero no los verbos, ha escrito varios libros de poesía y filosofía. Carga en sus espaldas la mochila de la guerra patria y sueña con las hazañas de sus las épocas y hasta sus compañeros de armas y hazadas. Sus palabras salen una tras otras. Tiene un interlocutor más joven que él; pero a golpes de fichas en una vieja de mesa de dominó todos los tiempos se parecen, “ y no estamos aquí para discutir, sinó para compartir”. Su voz truena cuando lo dice hasta parece un guardia de la Fortaleza de Santo Domingo.
Han pasado tanto tiempo juntos que ya no se sabe cuál es el joven y cual el viejo. Este que tiene la cabeza nevada, la mente alisada y viven pensando que el peso vale como en tiempos de Trujillo.
A veces el joven, se siente cómplice de una guerra en la que no peleó, de una novia que nunca tuvo de unos campos de arroz en los que nunca se recostó en San Francisco de Macorís, de un jeep, en la guerra que nunca manejó, de unas municiones que nunca entregó.
De un arma de fuego que nunca tuvo, de un rango que sólo está en la mente del viejo, pero no hay nadie en la tierra que lo convenza de de lo contrario, porque tiene la gorra de Teniente Constitucionalista nuevesita.
A golpes de cartas, sorbos de café, los dos son cómplices uno por comisión y otro por omisión, pero como discutirle a alguien que es como tu padre nunca has estado con él en Macorís, o que nunca viviste en la Calle Caracas si en efecto nunca lo has hecho.
Es por eso que existen las complicidades, así se disipan los tiempos, se fomentan las relaciones y no le matas la ilusión a alguien que sólo quiere existir el tiempo que le es dable con la austeridad de un ave, la paciencia de una tortuga, la mansedumbre de una paloma y la astucia de una serpiente.
Prefiero morir antes que matarte con el dardo de las palabras la ilusión de que fue mi guerra, y que yo peleé contigo en ciudad Nueva, pero la verdad es que apenas tenía cinco o seis años. Le he dicho a todo el mundo que no te lo digan, soy tu cómplice, por ti engaño el polígrafo.