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20 de abril 2024
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OpiniónFrancisco S. CruzFrancisco S. Cruz

Balaguer y sus eternas escaramuzas-chicanas (a propósito del libro de Gómez Bergés)

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Ya lo he escrito otras veces: Joaquín Balaguer, además de “!Padre de la Democracia!” -con que todo su discipulado lo honró-, era –y es, en término histórico- una noria, pues, siempre, cual fantasma burlón, nos saldrá en los manuales de historia y en los actos cotidianos de nuestra política menuda. Si no, ¿cómo explicarnos que lo que es político, a fuerza de retorcimiento, estratagema y conveniencia, sea jurídico, a la vez?

Leer la segunda edición del libro “Solo la verdad” del magistrado y ex Canciller Víctor Gómez Bergés, es recrear los pasadizos más escabrosos y laberinticos de un sagaz y antiético político cuya única doctrina, si es que se puede llamar doctrina al arte de engañar, era actuar y simular, así fuere delante de algún dios, de Satanás o, más comúnmente de los hombres. De otra forma, no se explica que, tal cual lo narra el autor; a la sazón (1974) su Canciller y aspirante a Secretario General de la OEA, en presencia de dos cancilleres de la región (del de México, Emilio O. Rabasa, y del de Costa Rica, Gonzalo Facio), el caudillo de Navarrete “aceptó la propuesta” con la firmeza de que era “…un honor que el Gobierno no podía declinar” (pág. 89, O. cit.).

Lo que siguió, a esa aquiescencia del Presidente Balaguer, fue una laboriosa y ardorosa campaña hemisférica a favor del aspirante dominicano, al punto, narra el autor, que “Al día siguiente, la prensa nacional trae unas declaraciones ofrecidas por el canciller de Costa Rica, Lic. Gonzalo Facio, entre otras cosas, la información de que, “ya la iniciativa tiene el asentimiento de 11 países y casi los votos necesarios para elegir” al sucesor del señor Galo Plaza. Tales declaraciones de Facio, se produjeron el 15 de agosto de 1974, justamente un día antes del inicio del tercer mandato de los doce años del bonapartismo balaguerista (1966-78).

Sin embargo, y a modo de un paréntesis-olvido, del aspirante, obvió lo que nunca debió obviar y que él mismo descodificó temprano, oigámosle: “Cuando transmití al Presidente de la República [se refiere al Dr. Joaquín Balaguer] nuestras intenciones, su reacción fue de escepticismo. No se sintió animado, de seguro creyendo que tal cosa no sería posible” (pág. 75, O. cit.). Y nos preguntamos, ¿No habría pecado de ingenuo el aspirante?

La segunda señal, en lo que ya podría ser la puesta en escena de ese “animo” ya estrategia, fue “La licencia”. Imagínense que al Dr. Balaguer se le ocurrió poner en licencia del cargo a su aspirante Canciller –sin que éste la solicitara aunque el decreto, de tal decisión oficial, así lo consignaba, y peor, en medio del avance hemisférico de su candidatura- bajo la excusa de “…que se proyectaba una huelga en los puertos de Miami, a las embarcaciones que lleven productos enviados a Santo Domingo…”, para luego comprobarse “…que investigaciones en Miami…, con navieros…, y nadie conocía, ni rumores sobre la supuesta “huelga”. Y que “solo en labios del Presidente se escucharan semejantes comentarios…” (págs. 123 y 124, O. cit.).

La tercera señal, o golpe mortal a las aspiraciones dominicanas de lograr la Secretaría General de la OEA, en 1975, fue –y dado que, en la opinión del autor del libro, “La licencia”, entre otras “maniobras”-, “…no habían producido los efectos deseados…”-, sin lugar a dudas, esta narración-confesión: “Una tarde, mientras se encontraba visitando la residencia de una de sus hermanas, que atravesaba por una de las más crueles enfermedades, de pié frente a su lecho y contemplándola en esa especie de éxtasis en que el destino coloca los mortales cuando nos iniciamos en el camino del viaje definitivo, sobre todo si esa alma le ha brindado a la vida los homenajes de la verdad, la justicia, la sinceridad y el amor, como era el caso, y haciendo abstracción de todos los sentimientos que en ese momento de seguro atormentaban su ser, Balaguer instruyó al embajador dominicano en Japón, Señor Ramón A. Castillo, para que viajara a Washington, y una vez allí se entrevistara en el Departamento de Estado con el Sr. J Arenales, un lobista que se movía en ese mundo de la política norteamericana y quien era muy conocido y colaborador suyo, pues en otras ocasiones había sido utilizado para distintas gestiones de otra naturaleza en las mismas dependencias gubernamentales donde habría de moverse ahora con este nuevo encargo, y les hiciera saber por su intermedio, a las más altas jerarquías de ese departamento oficial de Washington, que el “candidato dominicano a la OEA no goza del apoyo del Gobierno nacional”. A pie de nota –de la página 161, O. cit.-, el autor consigna que “El embajador, Castillo le confió personalmente al autor esta información, en un desayuno que le ofreció la mañana del 6 de enero de 1980 en el hotel El Embajador en Santo Domingo”.

Pero ya fuera de toda lógica -y hasta de lo inconcebible-, la prueba más palpable, y que el autor registra en su libro, “…se difundió como reguero de pólvora en los círculos diplomáticos dominicanos y de Washington, juzgado como un “hecho incalificable” –que se escenificó en el marco de una recepción que ofreció Balaguer, a raíz de la primera visita del nuevo secretario general, Orfila, al país, la noche del 28 de julio de 1976- al halagarlo con esta confesión: “Usted siempre fue mi candidato” (pág. 205, O. cit.)

Finalmente, aunque el prologuista del libro, el respetado y acucioso historiador Roberto Cassá, pone de relieve, sin invalidar las que expone el autor, los factores que, en su opinión y, en parte, coincidiendo con el relato del autor, intervinieron para impedir el triunfo del candidato dominicano, sintetiza en dos: a) “…recelos de los Estados Unidos hacia Gómez Bergés, que termino en oposición abierta al final del proceso”; y b) “…desconfianza por la independencia de Gómez Bergés, considerado demasiado liberal, en contraste con el conocido conservadurismo de su contrincante argentino Alejandro Orfila” (pág. 15, O. cit.). Sin embargo, en nuestra opinión, pesó mucho, como lo relata el autor, su retrato de este Balaguer: “El entusiasmo nacionalista que despertó esa primera candidatura dominicana se vio frustrado de un tajo, movido fundamentalmente por recios sentimientos, que traspasando las fronteras nacionales, tocaron, encubiertos con el falso ropaje de la desconfianza y calzado este a base de golpe de traición…” (pág. 19, O. cit.). Y eso, que, de siete rondas de votaciones, la historia registra que la candidatura dominicana ganó cinco…! Y ni así, el “golpe de traición”, cejó.

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