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20 de abril 2024
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OpiniónRolando FernándezRolando Fernández

Autoridad familiar contra los feminicidios. ¡Es lo que debe ir!

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Con sonoros titulares periodísticos, como marchas de hombres y mujeres, dejándose tomar como “conejillos de Indias”, o payasos en sí, dizque en respaldo a la lucha contra la matanza de mujeres, denominada hoy feminicidios, que van in crescendo cada vez, poco o nada se resolverá, pues la fiebre no está en la sábana como reza un dicho popular; hay que bajar a la realidad fehaciente para entonces proceder enmendar.

Con actividades de ese tipo solo se procura buscar cámaras y prensa, amén de aprovechar esos escenarios para politiquear; procurar los votos de las féminas de poco pensar, y defensoras a ultranza de la mal asimilada liberación del llamado sexo débil, ¡qué en realidad no lo es!, y que solo hablan de machismo como causal básica de la problemática.

Sin definir y ponderar motivos valederos, nada se puede atacar de frente, como es lo que se requiere con ese considerado flagelo maligno ya. De igual forma, se necesita de imparcialidad, como de voluntad sentida; y, siempre actuar al margen de las subjetividades humanas de estilo que puedan interferir.

La raíz principal de ese tan lamentable mal, está en la pérdida de valores de que ha sido objeto la familia; en el despojo innegable de sus verdaderas esencias: divina, y social educativa por supuesto, que se llevó de encuentro el sentido de autoridad, como de responsabilidad paternal inherente, que otrora siempre caracterizó a la sagrada tribu sanguínea directa, la primigenia célula de toda sociedad.

En ese sentido, cabe retomar lo expuesto en un artículo anterior nuestro que escribiéramos,  respecto de que, como una forma certera de comenzar a  combatir de manera urgente esos crímenes en contra de las mujeres,  “hay que retornar a la observación en masa del llamado sacramento cristiano  del bautismo,  católico, que es del mayor aceptación, hablando en términos generales, que se acoge y es celebrado alegremente, sin reparar en el simbolismo del compromiso que el mismo implica, de gran consenso entre los entendidos, de que, “una familia acepta la responsabilidad física y espiritual del hijo que ha traído al mundo”, al participar de esa ceremonia, lo que es obvio manda,  cuidados, salvaguarda, protección, etc., como las orientaciones requeridas de orden divino”.

Pero además se sostiene que, “en dicho acto, el vástago asume el reto simbólico también, de aceptación y gratitud hacia el grupo familiar en que nació, cuando madure espiritualmente; es decir, cuando sea adulto, lo cual conlleva una actitud posterior de amor incondicional, honra, respeto y perdón, con relación a sus parientes; y que se infiere, debe ser extensiva hasta la Divina Familia general, de la que todos formamos parte”.

Cuánto enmendatorio se podría obtener, de asimilarse el mensaje del referido sacramento. Desde ahí mismo, se puede comenzar lograr mucho en el tenor de lo que se trata. Las mujeres y los hombres, bajo un marco directivo paternal, que se reporte como orientador y oportuno, observarían, con raras excepciones. los comportamientos debidos, y mantendrían actitudes de honra hacia los familiares durante la adultez, lo cual impediría las propensiones hacia ese tipo de tan deleznables prácticas sangrientas y dolorosas.

Pero, bien sabio es que, eso de la autoridad familiar unitaria ya es un mito dentro del grupo. En el conjunto manda cualquiera, hombre, mujer, e hijos. Y, tanto las féminas primarias, como los vástagos, con mayor ahínco lo hacen, cuando tienen que aportar económicamente para el sustento obligado.  Solamente se alegan derechos entonces, pero jamás se honran los deberes a observar.

Claro, todos se creen tener plena libertad de acción, para hacer cuánto les plazca. No se tiene un timón verdadero para comandar la nave. Mucho menos aceptan los descendentes las orientaciones de los padres, que siempre son el producto de la intención de guiar, en base a sus conocimientos logrados y las vivencias acumuladas.

Reflexionando sosegadamente sobre lo expresado, no creemos se haga muy difícil estar de acuerdo con que, ¡la medicina más efectiva para los feminicidios es, rescatar la autoridad familiar! Y, eso conllevaría la concienciación necesaria entre todos sus miembros.  ¡Por ahí sí que debe ir el asunto!

No es cuestión de marchas callejeras, ni de títulos periodísticos “rimbombantes” para continuar entreteniendo. Tampoco, la publicación de artículos repletos de concepciones y directrices alienantes, solo en el marco de la nueva corriente feminista de pensamiento, desacertada en gran parte: liberación, como la competencia plena con el sexo opuesto. ¡Qué se agarre el rábano por donde debe ser, no por las hojas!

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