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20 de abril 2024
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OpiniónManuel Hernández VilletaManuel Hernández Villeta

Arriba la muralla

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La primera defensa amuralla en la lucha por el fortalecimiento de la nacionalidad dominicana, tiene que partir de la zona fronteriza. Ahora hay una línea divisoria irreal, que no se sabe dónde termina y dónde comienza. Ahí, como en el ayer lejano, es que se templa la idea de Patria.

Hoy la frontera está abandonada a su suerte. No hay futuro para la juventud que todavía vive allí, y que está buscando emigrar a como dé lugar. Solo los viejos conuqueros, los pensionados de bajo nivel y los pocos empleados públicos y del sector privado siguen subsistiendo en la frontera.

Para hablar de fortalecer las fibras nacionalistas de los dominicanos hay que pensar en esa frontera ignota, sin presente y sin futuro, y si se va más lejos, donde tampoco el pasado le fue placentero.

Se tienen que facilitar formas de producción y de creación de empleos en la zona fronteriza. Tal vez la única posibilidad de mejorar las condiciones de existencia allí sería que se den incentivos especiales a grandes empresas nacionales para que establezcan en esa área su zona de producción. Mejores hospitales, escuelas básicas y técnicas para adiestrar a los muchachos, eso es vital.

Esas compañías podrían elaborar sus productos en el limítrofe entre Haití y la República Dominicana y luego almacenarlos en la capital, para con el mercadeo debido satisfacer las necesidades de la comunidad nacional. Para lograr esto se tiene que dar una unidad de esfuerzos, visión y sacrificio entre los sectores públicos y privado. Es necesario que se de esa integración.

Mientras para los dominicanos la frontera es un panorama surrealista del que hay que salir de inmediato, para los haitianos es el primer paso para llegar a la tierra de la abundancia. La penetración ilegal de haitianos, y la masiva fuga de la juventud fronteriza, hace difícil mantener a largo plazo la línea de levantar allí el decoro nacional.

La penetración cultural de los haitianos es preocupante. Los dominicanos están asimilando las costumbres haitianas, se están formando familias mixtas, las emisoras del otro lado de la frontera sé escuchan en el país, y en las noches rompe el aire una variedad de merengue dominico-haitiano.

La indiferencia a los problemas de vivencia crítica de la zona fronteriza va apretando una soga sobre el cuello de todos los dominicanos. Tenemos que ir en rescate de nuestra soberanía y territorialidad, pero el primer paso tiene que ser el acordarnos de la frontera. La inercia y el olvido resquebrajan la muralla que debe ser el espíritu nacionalista de los moradores de la frontera. Para luchar por la Patria, hay que amar su tierra y no salir despavorido de ella. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

 

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