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24 de abril 2024
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OpiniónEnrique Aquino AcostaEnrique Aquino Acosta

Aproveche la gracia de Dios y comience a dar “frutos dignos de arrepentimiento”

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Las Sagradas Escrituras enseñan que el “Concilio Trinitario” (Padre, Hijo y Espíritu Santo) dispuso que el hombre tuviera imagen y semejanza divina y que no fuera solo cuerpo, sino, también alma y espíritu (Génesis 1:26)

Esa condición convirtió al hombre en un ser moral, con inteligencia, percepción, libre determinación y lo coloca por encima de los demás seres creados.

Asimismo, el valor intrínseco que tienen la familia y el ser individual, obedecen a la importancia que les asignó Dios, dentro del proyecto de la creación.

Por eso, la capacidad  y  habilidad  que posee el ser humano para pensar lo obligan a asumir actitudes de responsabilidad sobre la administración y cuidado de lo creado por Dios.

En ese sentido, los seres humanos debemos vivir  al nivel que Dios estableció y no por debajo. Además, vivir  dentro sus límites y no fuera, para que nos tenga como siervos fieles.

Lo que se acaba de afirmar permite entender, por qué Adam y Eva perdieron las bendiciones y privilegios que tuvieron con Dios. Las  perdieron porque no tuvieron disposición de vivir a nivel y dentro de los límites que Dios les estableció.

Las actitudes rebeldes y desobedientes que asumimos frente a nuestro Creador nos convierten en continuadores y reproductores del comportamiento que asumieron el primer hombre y la primera mujer.

Hay que recordar que Adam y Eva desobedecieron la recomendación oral que les hizo Dios, de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pues, si lo hacían se encaminarían a la muerte, como ocurrió. Dieron lugar a que el pecado se pagara con la muerte y echaron a perder la inmortalidad del cuerpo humano (Génesis 2:17)

Otros de los frutos negativos que cosecharon Adam y Eva fueron  la pérdida  de la comunión, dirección y bendición que tenían con Dios y  la ruina espiritual y material (Génesis 3:16-19).

Posteriormente a lo que se señala, Dios tomó la soberana decisión de dictar la Ley o Torá, que es una recopilación de las instrucciones, enseñanzas y revelaciones  de Dios  a Moisés y a  los líderes religiosos para que gobernaran la vida comunitaria de los israelitas.

Es necesario destacar, que mientras los antiguos códigos orientales, estatuían solo los asuntos de carácter legal, la Ley incluyó no solo eso, sino, además, las cuestiones morales y  del culto a Dios.

Incluso, la Ley señaló y prohibió los pecados que el hombre cometía y estableció  la muerte del pecador como pago por el pecado, probablemente en atención a la advertencia que hizo Dios a Adam, de que moriría, si comía del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal (Génesis 2: 17)

Desde entones, el hombre ha tratado de cumplir las exigencias de la Ley, mediante sacrificios de animales y  muchas otras formas. Sin embargo, sus  esfuerzos han resultado inútiles, porque  ha seguido  pecando.

Por ello, Dios tomó en cuenta la evidente incapacidad e imposibilidad que mostraba el hombre para  cumplir los requisitos de la Ley divina y decidió  manifestar su gracia para solucionar el problema del pecado.

Al hablar de la gracia,  nos referimos a uno de los atributos de Dios y a su amable actitud hacia el hombre. Por tanto, la gracia representa los regalos, dádivas  y concesiones que Dios nos hace, sin nosotros merecerlos. También se concibe como una virtud humana o acción de gratitud, cuando se usa en plural. En  algunas ocasiones, significa ofrenda.

Como ejemplos genuinos de la gracia de Dios, se citan su encarnación, su nacimiento como ser humano y su sufrimiento  y muerte en la cruz, por medio de Jesús, nuestro Mesías, Redentor y Salvador.

En verdad, no era Jesús quien debió sufrir la ira del Dios Padre y cargar sobre su cuerpo los pecados de la humanidad. Era la propia humanidad la que debió sufrir aquello sobre su cabeza y espalda, debido a  la desobediencia y  rebeldía que ha mostrado y muestra contra Dios.

Sin embargo, Dios en su infinita gracia y misericordia prefirió castigar en su Unigénito Hijo Jesucristo el castigo y dolor que merecíamos los seres humanos pertenecientes a la pasada, presente y futura generación. Este gesto divino habla con elocuencia de la infinita gracia de Dios, como uno de sus atributos intrínsecos.

Como ya se dijo, el pecado se pagaba antiguamente con la muerte del pecador. Sin embargo, como Dios no quiere que se pierda el alma de ninguna persona, puso a nuestro servicio su infinita gracia, para que cualquiera de nosotros  que crea en su Hijo Jesucristo no se pierda y tenga vida eterna (Juan 3:16)

Cualquier persona que tenga suficiente fe, o sea, convicción y certeza de que Dios, en su gracia, se encarnó, nació  como ser humano, sufrió, derramó su preciosa sangre y murió en la cruz, tiene oportunidad de limpiarse de sus  pecados, de cualquier maldad,  recibir  perdón y  heredar la vida eterna.

Es hora de que se entienda y se sepa que ninguna persona necesita pensar ni creer que salvará su alma haciendo obras sociales o de caridad. Con nada de eso se obtiene la salvación. Se obtiene por aceptar la gracia de Dios y  tener fe en todo lo que representa Jesucristo, como nuestro único medio de salvación.

Que se sepa, yo no me opongo a que una persona haga obras sociales o de caridad para ayudar a su prójimo. Si  dispone de  medios para hacerlas, que las haga. Humanamente no son malas. Sin embargo, no garantizan la salvación del alma. Eso es lo que hay que tener bien claro.

Entienda que Dios manifiesta su  gracia y perdona sus pecados tan pronto usted los confiesa, con sinceridad de corazón y  sin ocultar nada. El interés de  Dios es que usted  viva en santidad, o sea,  separado del pecado y la maldad, sin practicar nada de eso.

Así que, decida  aprovechar la gracia de Dios y  arrepiéntase   de sus pecados. Reciba el perdón de Dios. Entienda que los  esfuerzos y  sacrificios humanos que hace para remediar sus pecados son inútiles. No le conducen a nada y por eso la Biblia los llama “obras muertas”. Arrepiéntase de todo eso.

Si así lo hace, comenzará a dar “frutos dignos de arrepentimiento”, como son: amor, gozo, paz, bondad, humildad, mansedumbre, fe, fidelidad, honradez, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y muchos más (Mateo 3:8, Gálatas 5:22-23 y 2 Pedro 1:5-7).

Por: Enrique Aquino Acosta

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