Por Joaquín A. González Gautreaux
Diversas interrogantes surgen a raíz de nuestra condición humana, aflicciones, angustias, alegrías y entusiasmos socavan nuestras ideas y sentimientos sobre la razón de ser de nuestras vidas, y es que la existencia humana es un misterio que durante miles de años la historia del pensamiento se ha dedicado a intentar justificar y comprender.
“La Metamorfosis”, escrito por el universalmente destacado autor Franz Kafka, es un relato considerado como una de las obras literarias de mayor importancia e influencia del siglo XX y de todos los tiempos, narración la cual trató sobre Gregorio Samsa, personaje principal que fue inmortalizado por las letras a través de una especie de transfiguración física que este sufrió al despertar una mañana cualquiera convertido en una criatura de aspecto sobrenatural, raro e insólito; lo que causo en Gregorio experiencias de adversidad, dolor y padecimiento por parte de su propia hermana Grete y el resto de sus familiares y seres queridos, quienes al comprobar en lo que se había transformado Gregorio llegaron incluso a rechazarlo, encerrarlo y ocultarlo hasta de su propia vista. Es este globalmente reconocido relato, un referente para la cultura universal de que real y verdaderamente, nosotros los seres humanos sentimos adversidad sesgada por lo incierto, irreconocible y extraño, tal y como lo experimentó Gregorio Samsa por parte de quienes habitualmente lo rodeaban y amaban.
Algo parecido suele pasar con nuestras vidas en este mundo terrenal, bastaría con notar que al desarrollarnos en el vivir, vamos tomando conciencia sobre lo extremadamente infalible e imprecisa que es nuestra experiencia humana, ya que al nacer nuestra mayor seguridad de conocimiento es excepcionalmente para con el pasado, los sucesos ocurridos y el fenecimiento que es nuestro destino final natural; sin embargo nuestro aquí y ahora del momento presente es equivoco, ambiguo e indefinible, tornando así la condición humana de nuestra alma en un enigma de una existencia frágil y relativamente desconocida.
Es a gracias a esos excelsos momentos que nos permiten vivir o presenciar la sonrisa de papá, mamá, hermanos y amistades, un emotivo abrazo de reencuentro o despedida, un perdón entre adversarios o del estudio de la historia de nuestro propio obrar y raciocinio Humano y por consecuencia de sus mayores y más relevantes poetas, revolucionarios, hombres de estado, cómicos, arquitectos, médicos, sabios y demás, que es de fácil constatar que la respuesta al problema y paradoja que representa nuestra lábil condición humana se llama, Amor.
El amor es un deseo constante de conocimiento, que constituye la solución fundamental a nuestras vicisitudes humanas, por medio del cual podemos contemplar y vivir en armonía con el misterio de la vida, y es que estamos aquí en la tierra por obra de providencia, debido a que para la ciencia y los dogmas, la divina providencia es el cuidado de Dios sobre su creación, por lo que el fin de la naturaleza de nuestra existencia es el amor a esta creación de este universo que Dios nos otorgó por método de las leyes de los cosmos y la física; amor a esta creación que debemos manifestar mediante un continuo deseo de conocimiento que implique cuidado, respeto y responsabilidad, en aras de mejorar y fomentar el desarrollo sostenible de nuestra raza humana y del planeta tierra que es nuestro hogar.
Conocimiento, cuidado, respeto y responsabilidad, son estas cuatro virtudes las que la teoría contemporánea del amor y del pensamiento occidental han incentivado para con el comportamiento del ser Humano hacia la vida; es evidente que no es posible amar lo que no conocemos, puesto que solo por vía del conocimiento podemos aprender como debemos cuidar y respetar responsablemente aquello que nuestra alma manda a amar, en el sentido de saber poner en ejercicio estas virtudes de una forma y fondo que vayan encaminadas a no juzgar o cometer juicios imprudentes, por consiguiente y de este modo, no limitar sino mas bien entender y hacer crecer íntegramente aquello que amamos y por ende a la vez expandir nuestras conciencias sobre los astros y sus cuerpos celestes.
Es el amor el camino correcto, atinado y acertado para sentir una obvia y manifiesta conexión de nuestras almas con todo lo vivo que nos rodea, y así lograr descifrar que todos somos uno y uno somos todos y que la vida es la antesala a la eternidad y un regalo de una experiencia que se nos fue otorgada para aprender a amar y ser compartida, por lo que única y singularmente en el amor podemos encontrarle el sentido a nuestra existencia Humana, para de esta manera superar ese estado de cisma, ruptura y vacío que en tantas ocasiones suele arropar nuestro Ser, pensamientos y emociones.
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” – Jesús de Nazaret
Por Joaquín A. González Gautreaux