El pasado 16 de febrero del presente año, el país y el mundo político occidental abrieron sus ojos a la sorpresa nunca vista en nuestra historia electoral, de unas elecciones en curso suspendidas por la Junta Central Electoral dominicana.
Al Soberano, al pueblo, a la fuerza capacitada para elegir sus autoridades, se le conculcaron sus derechos de elegir y ser elegidos, con un golpe inconstitucional; cuyo origen, según personalidades de diferentes litorales políticos del hemisferio, solo pudo provenir del Estado, manejado por el Presidente de la República.
Los lamentos de los miembros de la JCE, han buscado despertar pena y compasión dentro de una sociedad que conoce su connivencia con los principales responsables del fracaso constitucional del mandato del electorado.
Esa Junta Central Electoral, acusó serias deficiencias organizativas, además de altos indicios de parcialidad. Solo los incautos, han creído los cuentos de camino del Sr. Castaños Guzmán; y si ha habido sectores que han frenado el pedido popular de renuncia de toda la institución, es porque la otra opción estaría completamente en manos de los propósitos del poder.
Los aviesos manejos en los equipos del voto automatizado, que no buscaban abortar las elecciones de febrero, sino ponerlas a beneficiar al partido oficialista, dieron al traste con todo el proceso; y la repulsa que este hecho ha causado en toda la población, se verá en los resultados de mañana 15 de marzo de este 2020.
La espada de una crisis política de mayores consecuencias, pende sobre la JCE y el gobierno dominicano, si se quiere manipular de nuevo los resultados de los comicios de este domingo; la transparencia organizativa de estos, es un buen camino para salir de la crisis actual.
Estamos en las pantallas internacionales, tan observados como el coronavirus; y ¡qué bueno! Porque así tenemos la posibilidad de vencer la soberbia y las inconductas del poder.
¡Vamos todos, la democracia merece un esfuerzo, démosle fuerza a las urnas!